Guacamaya Verde
En busca de la guacamaya verde, encontramos:
8/26/2025








La guacamaya verde (Ara militaris) visita el estado de Durango durante unos cuantos meses al año. Generalmente, emigra hacia la sierra desde la zona costera durante el mes de abril y regresa a su lugar de origen en octubre o noviembre. Construye su nido en riscos, acantilados o en lo más escondido de las ramas altas de los árboles. Allí se aparea y cría a sus polluelos —cuatro o cinco—, labor en la que ambos miembros de la pareja se ocupan de alimentarlos. Una vez que las crías adquieren la capacidad de vuelo, abandonan el área serrana para terminar su crecimiento en las zonas costeras.

Su aspecto es majestuoso. Como su nombre lo indica, su plumaje es predominantemente verde, aunque luce una rabadilla de azul turquesa y una mancha del mismo tono en las alas. La cola es larga, roja en la base y con la punta azul, combinada con amarillo, color que se extiende hacia sus partes inferiores. Tiene la frente roja y mejillas blancas rayadas de negro. Se distingue por su pico negro, de grandes proporciones, tosco, grueso y muy fuerte, con la mandíbula superior curvada hacia abajo. Su presencia se delata con su sonoro “waaak, waaak, waaak”, que anuncia su llegada incluso antes de ser vista. Sus largas alas y cola extendida hacia atrás le confieren un aspecto fabuloso, como el de un ave que surca los aires con la mayor destreza, haciendo que el corazón se sincronice con la tierra.

Llegó el momento exacto para observarla en su hábitat. Por esta razón, dos estudiosos, protectores y amantes de esta hermosa ave —el biólogo Héctor Aguilar y Engel Trejo— organizaron un tour de observación al Salto del Agua Llovida. Quince entusiastas estaban listos para salir temprano… Pero, como en toda aventura, todo puede cambiar en cualquier momento, y eso es lo único que no cambia. El plan original se vino abajo debido a que la cascada llevaba tanta agua que imposibilitaba el descenso.
Sin mayor problema y de último minuto, decidimos dirigirnos al mirador de Los Laureles, en el área de Mexiquillo. Al final, solo cinco entusiastas aventureros (la Dra. Paty, Rogelio, Engel, Héctor y yo) salimos temprano un sábado hacia nuestro lugar favorito: el Hostal Mexiquillo, un sitio que nos recibe como en casa para pasar el fin de semana.












Al llegar, nos conectamos con Don Jaime, nuestro guía local y experto en hongos. Nuestra ruta marcaba 5 km hasta el mirador de Los Laureles, altamente recomendable para hacer a pie. El paisaje es impresionante, la vegetación abundante y, por supuesto, el lugar está lleno de hongos: melena de león, amanitas, orejitas, boletus… Algunos de un tamaño impresionante, dignos de un retrato y de ser recolectados para la cena. Caminamos inmersos en una naturaleza intensa, deteniéndonos cada cien metros para observar y recolectar. “No venimos a ver hongos”, nos decíamos, pero es inevitable admirar todos los detalles que nos ofrece el bosque de Durango. Contar con expertos en plantas, hongos y aves hizo la excursión aún más interesante.
Avanzamos tres kilómetros en aproximadamente dos horas, hasta llegar al borde de la meseta, donde se ve el barranco y se obtienen vistas espectaculares de la sierra. Inmediatamente, escuchamos el “waaaak, waaak, waaak” que nos anunció su cercanía. Para nuestro asombro, pasó frente a nosotros el primer par. Seguimos por la ladera hasta llegar al mirador de Los Laureles, donde pudimos observar alrededor de seis guacamayas moviéndose entre los árboles.

A un par de kilómetros se encuentra el mirador Santa Teresa, un complejo turístico en desarrollo con el gran atractivo de una vista espectacular hacia toda la quebrada. Hay un columpio que te lanza al borde del acantilado, una experiencia que está atrayendo a muchos turistas. Nuestro objetivo de observar más guacamayas se vio interrumpido por un fuerte chubasco y unas deliciosas gorditas que venden en este hermoso mirador. Platicamos con los dueños de este proyecto, quienes tienen una visión clara para el desarrollo del turismo sustentable en la zona. Agradecemos mucho sus atenciones.
De regreso al hostal, el biólogo Héctor se transformó en chef para preparar la cena con los hongos recolectados, por lo que surgió la necesidad de ir por unos vinos tintos para un maridaje perfecto.








El domingo por la mañana, el plan era asomarnos al Espinazo del Diablo y al poblado Los Bancos. Este sitio nos lo recomendó un niño en la tienda, quien nos comentó que ahí se veían muchas guacamayas, así que decidimos hacerle caso.
Con un cielo despejado, la vista de San Dimas desde el Espinazo del Diablo es impresionante. Por casualidad, nos encontramos con un poblador que iba camino al trabajo y nos brindó bastante información sobre las guacamayas en la zona; incluso nos indicó dónde anidaban, aunque eso quedará para otra aventura.
A solo 15 km se encuentra el poblado Los Bancos, un lugar que ninguno de nosotros conocía. Al llegar, el letrero indicaba el nombre y solo veíamos un camino muy empinado hacia abajo. Para nuestra grata sorpresa, el camino era de cemento hidráulico artesanal, hecho por la comunidad, lo que nos indicó que es un poblado de gente unida.








Al llegar, buscamos hablar con los vecinos para que nos platicaran sobre estas aves. Entonces apareció un chiquillo (Mizael), quien nos contó cómo las guacamayas se acercan a comer de los árboles frutales de la zona: sus favoritos son los capulines (cerezas del monte) y los piñones. A la conversación se unieron doña Ticho, dueña de la tiendita, y Luciano Molina, representante del ejido. Nos invitaron a bajar a conocer el santuario, a 45 minutos cuesta abajo en camioneta. Llegamos a un plano, nos estacionamos y caminamos dos kilómetros más para no hacer ruido con el motor (por lo que cuatrimotos y racers no están permitidos en la zona). Tuvimos la fortuna de observar varias guacamayas, ya que era la hora en que suelen buscar alimento.
De regreso, los chiquillos que fueron nuestros guías —con una vista de lince— se bajaban de la camioneta para recolectar hongos, aguacates, peras enormes, duraznos y manzanas. Así volvimos comiendo fruta recién cortada.

Ya en el poblado, don Luciano nos invitó a comer a su casa: papitas, queso fresco, frijoles refritos, sopa de pasta y tortillas hechas a mano… una experiencia gastronómica duranguense que agradecimos profundamente.
Después de intercambiar teléfonos y redes sociales, quedamos con el firme compromiso de regresar y difundir el excelente trabajo que está haciendo toda la comunidad para mantener y proteger la biodiversidad del entorno.
Agradecemos al Hostal Mexiquillo (Sujey y Eva), a Don Jaime, a todos los del mirador Santa Teresa y a toda la comunidad de Los Bancos.
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